sábado, 7 de octubre de 2006

Sueño I

Afuera el viento sopla y hace frío, a través de las ventanas y la puerta entreabierta veo hojas secas revoleadas que pequeños torbellinos las separan escasamente del empedrado. La triste y fría imagen rememora tiempos en los que caballeros y cruzados cabalgaban en pos de divinas conquistas, atrios de catedrales románicas llenas de fieles en espera de milagros que nunca llegaron.

No estoy cómodo en el viejo sillón de madera, tallado, raído, tembloroso y con los apoyabrazos a punto de caer. Pero no es por el mueble, tengo una presión en el pecho, una sensación que indispone y apenas me permite respirar.

Alzo los ojos, en efecto estoy dentro una antigua iglesia; alta y de piedra labrada por el viento y el agua, por los años y los daños. Figuras fantasmales y decadentes me observan desde cada rincón del gran ambiente en el que me encuentro. Me amenazan con sus alas y aureolas, vigilan cada uno de mis movimientos. Mancas y cojas, ciegas y mudas. Unas pocas están completas pero todas me aterran por igual.

Visto de negro, un traje formal, camisa blanca, corbata a juego, zapatos negros y brillosos que reflejan la escena exterior.

Cerca oigo gente, una multitud mascullando en plena espera de algo que esta pronto a ocurrir. Cierro los ojos tratando de prestar atención al farfullo y me viene una escena a la cabeza:

Un pequeño cuarto en penumbras en el que estoy aparentemente solo. Ya no hay ruido, todo se calla, la muchedumbre, el viento y las hojas; amenazantes efigies despliegan sus alas en reverencia. El parpadeo me cuesta caro y prefiero mantenerme viendo la luz exterior. La que, entre bruma densa, deja intuir un espeso bosque del que proviene la hojarasca suelta.



Siguen las gentes en parla. Me levanto y busco el origen de las voces. A unos metros de mí se encuentra una gran puerta, flanqueada por pilastras de gran altura, rematada en arco de medio punto, los capiteles están retazados y las basas enmohecidas. Es el imponente acceso lateral a la nave central del templo.

Hay tensión y miedo entre la gente, tristeza es sus caras y no entiendo por qué. Al trasponer el vano me aborda un mareo, las cosas dan vueltas, busco apoyo en el muro y al cerrar otra vez los ojos…

Ángeles y santos están mirando fijamente el lado más oscuro de la habitación, opuesto a mi posición desde la que no se ve nada, pero se intuye movimiento y presencia. Sigue el miedo a los vigilantes alados pero no es nada ante los desconocidos brillos que acaban de denotar la presencia de algo acechando al frente. Mejor sigo viendo a la triste gente.


Me repongo. Debo hacerlo pues a cada pestañear ataca el terror a lo que no puedo ver, pero sí sentir. Supongo que se trata de una misa y que los asistentes son dolientes, la mayoría de negro y con tristeza en la mirada. Cerca al altar el sacerdote se prepara para iniciar el servicio. Las velas alcanzan para iluminar las primeras filas de asientos, suficiente para reconocer a mis padres, mi hermano, tíos, tías, sobrinos…toda la familia presente. En la otra mitad hay poca gente, contadas cabezas que impacientes contemplan la puerta principal a la nave.
Camino temeroso al encuentro de mis padres, no entiendo lo que veo. Voy hacia ellos para preguntar el por qué de tanto dolor, pero me desvío levemente y me acomodo en un sillón idéntico al de la otra habitación. Solo puedo esperar, temo indagar. Me siento, cabizbajo entrelazo mis dedos y sueño:

Los brillos son ojos, hay dientes, garras, alas… la gran cabeza babeante de un ser extraño que viene a mí. Los santos apuestan, los ángeles giran en espiral, cual aves carroñeras en espera de mi caída. El engendro que enfrentaré parece una serpiente; enorme, feroz, escamosa y hambrienta. Intimida descabezarme con su gigante dentadura.



Suena música y levanto la cabeza, se oye un coro de niños y todos los ‘dolientes’ viran para atrás. La sensación agobiante en mi pecho crece y lastima bastante. Una comitiva entra y se acerca al ritmo del coro infantil, lentamente pero sin pausas. Encabezada por dos hermosas niñas que tiran pétalos al camino por el que van, seguidas de otras damas enfundadas en vestidos blancos.

Al fin caigo dentro mi torpeza, ¡se trata de una boda! Las miradas del público intercalan entre la novia y yo, dando a entender la cruda verdad: es mi boda. A cual es mayor juegan las visiones: la del monstruo devorador y los vigilantes o esta temible e inminente realidad sacramental.

Los pasos avanzan, la música no para y prefiero enfrentarme de nuevo a la bestia que prepara sus sentidos para saborearme. La melodía hace un fade-out lento hasta callar.

La fatal figura se acerca agazapada y viendo fijo. Esta encadenada, tras la cabeza de serpiente y en la oscuridad oculta sus alas plegadas, tiene unas peludas patas felinas con garras. Siento su aliento, respira sobre mi, olisquea el bocadillo y…

- No estás seguro ¿verdad?...- pregunta suavemente con una dulce voz femenina. No me sorprende, por alguna razón.

Veo en su mirada la preocupación y un pequeño brillo de esperanza. Sin duda está presente, vigilándome y tratando de componer mis desaciertos, alegrando la noche. Su presencia se siente, como el frío de Sus manos corriendo por la espalda y cosquilleando mi cuello con su baja temperatura. Está ahí aunque no la vea.

Terminó el desfile de nacarados seres y la novia esta junto a mí frente al prior. No hace falta retirar el velo que la cubre, sé quien es y la presión crece, en mí y en la gente que no cambia de mueca.
Se inician las lecturas y cánticos, las frases lindas van de aquí para allá y me vuelvo a poner malo. Preciso encontrar la salida a esta inusual situación, en la que no tenía pensado liarme… no veo salida efectiva, ¿o si?

- ¿Crees que esto es lo mejor?, ¿te dará tranquilidad?, ¿arreglará tu situación?… ¿serás feliz? – bombardea el alado y triste ser.
- No es mi voluntad, aparecí en espera de algo que no sabia que iba a pasar. – me defiendo
- Es lo que crees que va a conformar a toda esa gente. No intuyes su tristeza por lo que veo. Deseas satisfacer un deseo, no estas dando solución. Estás creando más problemas. A la larga lo sabrás. – Sentencia con firmeza.

Pero no quiero saberlo, quiero salir de ahí. Escapar de la ‘union eterna’ que me espera al final de la ceremonia.


Sigo con las voces, y me parece que se acerca el momento del ‘hasta que la muerte los separe’, ‘sí, acepto’, ‘…que calle para siempre’… ¡Quiero salir!

Volteo buscando salidas, guiños de apoyo, una mano dulce, alguna sonrisa…y nada.
De pronto, en medio de las filas y a contraluz, distingo Su silueta, pequeña y vaporosa, difuminada por la luz posterior de la entrada. Camina con calma y busca lugar entre las primeras filas de la mitad más vacía. A medida que se acerca percibo más detalles, Su vestir, Su rostro… Su vivaz mirada gatuna ahora abatida, la tristeza acentuada por lagrimones que se resisten a acariciar Sus mejillas. Ahí está, viendo fijo esperando el desenlace.

La voz de la quimera del cuarto oscuro retumba dentro mi cabeza, a medida que la formalidad sigue su curso.

- Aun cuando sobrevivas al tiempo y a los devaneos de lo que de aquí resulte. No llegarás a lograr lo que deseas. Al aceptar estarás destinando el resto de tu existencia a aparentar. Simular tu conformidad y aflorar sonrisas frente quienes deseen felicidad en tu empresa – sentenció violenta.
- Estoy aturdido, en la cabeza no me cabe lo que esta pasando ahí afuera. Ella está ahí sentada y la novia a mi lado. ¿Cómo proceder?



Entre la confusión del diálogo con el ente y el sermón clerical logro visualizar a ambos lado a lado. Las visiones se funden en pleno altar.



- ¿Alguna vez le hablaste de lo que sientes? ¿Sabe lo que en ti ha provocado? ¿Sabe que en lo profundo ha desestabilizado tu insana forma de ver las cosas? ¿Cuanto en común tienes con Ella? ¿Cuanto vacío te ha llenado desde que le hablaste? – Ataca de nuevo el reptil, con el deseo de terminar de atormentarme.
- Jamás le dije nada, nunca le mencioné los cambios. Tengo miedo expresarle lo que vivo desde que hablamos. – Balbuceo por lo bajo. - Temo equivocarme de nuevo y pasar a desaparecer en vida. Me angustia pensar en lo que pueda exigirme a mi mismo estar con ella a mi lado. No quiero confundir los papeles.
- Tu gran error fue no vivir esa magia de incertidumbre al lado de quien ahora será tu esposa. No exigirse ambos para poder llegar a este punto sin arrepentimientos ni dubitaciones. Fue culpa tuya no medir las secuelas que ahora te encaminan a lo que, figuro, consideras tu cadalso. Mal por ti amigo mío, mal por no dejar de fluya la esencia en su momento. Ahora es tarde y debes poner el pecho... para que esta espada lo atraviese.
- ¿Es mi muerte entonces? – pregunto casi resignado.
- No, aun no. Pero de cualquier manera, seguir con esto o continuar el camino, es tu decisión. Puedes hacer una pausa, detenerte, empezar de nuevo o simplemente decir ‘sí, acepto’. Estas en todo tu derecho. Pero sé claro y sincero, deja las cuentas claras en ambos frentes. Sin juegos que lleven la temperatura a un nivel incontrolable por ti.- añade casi suplicante.


Volteo de nuevo a verla y sin inmutarse continúa allí. Sufre, pero siempre se negó a llorar. No niega sus sentimientos, pero jamás expresa tristeza. Cae ante la depresión pero la sobrepone con una sonrisa. Y como lo hace con ella, puede hacerlo conmigo. Con una broma inofensiva me desestanca de mi lodo. Sosiega mis acaloradas rabias corriendo su mano en mi espalda.
El párroco sube la voz para dar pie a las palabras finales, las preguntas fatales, las promesas rituales. Se aproxima el momento de contestar y terminar con la tortura. Al fondo, la bestial imagen se va sumiendo en la penumbra hasta que su vista brillante se confunde con mustias velas a punto de expirar. Su último gesto me exige dar respuestas a lo que ha cuestionado en nuestro entrecortado diálogo.
La escena se ha congelado, ya no hay voces, murmullos, llantos o coros celestiales. Las personas están de pie y así quedarán. Ya no hay vigilantes lóbregos tratando de ahuyentarme, son simples rocas. Todo se apaga… y es el cuarto oscuro sin animales fantásticos regañones, sin dulces voces demandantes. Cierro los ojos y preparo el pecho para el encuentro con la espada.

El peso enorme que parecía cargar se ha ido y no siento más dolor. Una luz aumenta su brillo gradualmente. Nadie me acompaña donde estoy…



…Afuera el viento sopla y hace frío, a través de las ventanas y la puerta entreabierta veo hojas secas revoleadas que pequeños torbellinos las separan escasamente del empedrado. Mi viejo sillón de madera, tallado, raído y tembloroso se queda solo, traspongo el gran portón que da al patio, éste rechina lamentando su suerte.

El único camino que se aleja del edificio conduce a la negrura del bosque, me acompañan las hojas en mi andar. Al final de la senda, toda de negro y sentada en una piedra, me espera Ella.